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Los años desconocidos de la vida de Jesús: su viaje a la India

En el Nuevo Testamento, la cortina del silencio desciende sobre la vida de Jesús después de los doce años y no vuelve a alzarse hasta dieciocho años más tarde, cuando recibe el bautismo de Juan y comienza a predicar ante las multitudes. Únicamente se nos dice:

“Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres”

– Lucas 2:52


El hecho de que los contemporáneos de un personaje tan excepcional como Jesús no hayan encontrado nada digno de ser mencionado por escrito desde la niñez hasta el trigésimo año de su vida es, en sí mismo, extraordinario.

Sin embargo, existen efectivamente relatos notables acerca de Jesús, pero no es su país de origen, sino más hacia Oriente, en aquellos lugares donde pasó la mayor parte del período sobre el cual se carece de datos. Ocultos en un remoto monasterio tibetano se encuentran documentos de incalculable valor que hacen referencia a un tal San Issa, proveniente de Israel, “en quien se hallaba manifestada el alma del universo” y que desde los catorce hasta los veintiocho años permaneció en la India y zonas de la cordillera del Himalaya, entre santos, monjes y pandits, predicó su mensaje por toda la región y luego, con el propósito de enseñar, retornó a su tierra natal, donde fue cruelmente maltratado, condenado a muerte y crucificado. A excepción de los registros que aparecen en estos antiguos manuscritos, nada se ha publicado acerca de los años desconocidos de la vida de Jesús.


De modo providencial, el viajero ruso Nicolás Notovitch descubrió y transcribió estos documentos. Durante sus viajes por la India en 1887, Notovitch se deleitó con las maravillas de los estimulantes y acentuados contrastes de la antigua civilización de este país. Fue en medio de la grandiosidad natural de Cachemira donde escuchó historias acerca de San Issa, cuyos pormenores no le dejaron ninguna duda acerca de que Issa y Jesucristo eran una sola y misma persona. Se enteró de que en unos antiguos manuscritos conservados en varios monasterios tibetanos se tenía registro de los años en que Issa viajó por la India, Nepal y el Tíbet. Sin amilanarse ante los peligros ni los obstáculos, se dirigió hacia el norte y llegó, finalmente, al monasterio de Himis, situado en las afueras de Leh, capital de Ladakh, donde según le dijeron había un ejemplar de los libros sagrados referidos a Issa. Aun cuando fue recibido amablemente, no pudo acceder a los manuscritos. Desilusionado, Notovitch emprendió el regreso hacia India; sin embargo, en un accidente casi fatal que tuvo lugar en un traicionero paso de montaña, se rompió una pierna como resultado de la caída. Tomando esta circunstancia como una oportunidad para realizar un segundo intento por ver los libros sagrados, pidió ser conducido nuevamente a Himis con el objeto de recibir los cuidados necesarios. Esa vez, después de reiteradas peticiones, le permitieron examinar los libros. Quizás entonces los lamas se sintieran obligados a tratar a su maltrecho huésped del modo más hospitalario posible, lo cual es una tradición oriental que ha perdurado a lo largo de los tiempos. Con la ayuda de un intérprete, copió meticulosamente el contenido de las páginas relativas a Jesús´, conforme el lama principal se las iba leyendo.


Al regresar a Europa, Notovitch descubrió que su entusiasmo ante el descubrimiento no era compartido por la ortodoxia cristiana occidental, la cual era reacia a respaldar una revelación tan radical. Por consiguiente, él mismo publicó sus notas en 1894 bajo el título The Unknown Life of Jesus Christ (La vida desconocida de Jesucristo). En su publicación, recomendaba enviar un equipo de investigación cualificado para que viera y juzgase por sí mismo el valor de esos documentos, que habían permanecido ocultos hasta entonces. A pesar de que las afirmaciones de Notovitch fueron cuestionadas por críticos tanto estadounidenses como europeos, la exactitud de su relato fue confirmada por al menos otras dos personas de probada credibilidad que viajaron al Tíbet con el fin de buscar los manuscritos y corroborar su autenticidad.

En 1922, Swami Abhedananda, discípulo directo de Ramakrishna Paramahansa, visitó el monasterio de Himis y confirmó todos los detalles sobresalientes publicados acerca de Issa en el libro de Notovitch.

En una expedición a la India y al Tíbet realizada a mediados de la década de los veinte, Nicolás Roerich tuvo ocasión de ver y copiar versos de antiguos manuscritos que eran idénticos a aquellos publicados por Notovitch (o cuyo contenido, al menos, era el mismo). Roerich (1874-1947) afamado artista, explorador y arqueólogo ruso dirigió la Expedición del Asia Central a través de la India, el Tíbet y Sikkim. Sus informes fueron publicados en The New York Times, el 27/05/1926.


Roerich quedó además profundamente impresionado con las tradiciones orales de la región: “En Srinagar nos enteramos por primera vez de la curiosa leyenda sobre la visita de Cristo a estos parajes. Más tarde, pudimos comprobar cuán difundida se halla en la India, el Ladakh y en Asia Central la leyenda de la visita de Cristo a estas regiones durante su larga ausencia mencionada en el Evangelio”.

En respuesta a los críticos que afirmaban que la historia de Notovitch era una invención, Roerich escribió: “Siempre existirán aquellos que se complacen en expresar una desdeñosa negativa cuando algo difícil entra en su conciencia…. (Sin embargo,) ¿de qué modo sería posible que una falsificación reciente penetrara en la conciencia de todo Oriente?”.

Roerich señala en su informe: “La gente del lugar no sabe nada acerca de la publicación de libro alguno (es decir, el de Notovitch), pero conoce la leyenda y habla de Issa con profunda reverencia”.


El relato que se encuentra en el Evangelio acerca de los primero años de la vida de Jesús concluye a los doce años, con su plática con los sacerdotes en el tempo de Jerusalén. Según los manuscritos tibetanos, fue poco después de este hecho cuando Jesús dejó el hogar, con el objeto de evitar los planes que se harían para que contrajera matrimonio al llegar a la madurez, lo cual, para un muchacho israelita de aquellos tiempos, ocurría a los trece años. Ciertamente, Jesús se hallaba por encima del común de la gente en lo que se refiere al matrimonio. Qué necesidad tenía de amor humano y de lazos familiares quién poseía un fervor supremo por Dios y un amor universal que incluía a toda la humanidad? El mundo incita a actuar conforme a su prosaica línea de conducta y poco tiene en cuenta a quienes se labran un sendero más elevado en respuesta a la voluntad de Dios. Jesús conocía su destino divino y partió hacia a India con el propósito de prepararse para cumplirlo.


La India es la madre de la religión. Se reconoce que su cultura es mucho más antigua que la legendaria civilización egipcia. Si investigamos estas cuestiones, podremos comprobar que las antiquísimas escrituras de la India preceden a todas las demás revelaciones y han influido sobre el Libro Egipcio de los Muertos y el Antiguo y Nuevo Testamento de la Biblia, así como también sobre otras religiones que estuvieron en contacto con la religión de la India y se inspiraron en ella, porque la India se ha especializado en la religión desde tiempos inmemoriales. Por esa razón, el propio Jesús viajó a la India; el manuscrito de Notovitch nos lo cuenta así: “Issa se ausentó secretamente de la casa de su padre, abandonó Jerusalén y viajó hacia Sind en una caravana de mercaderes, con el objeto de perfeccionarse en el conocimiento de la Palabra de Dios y en el estudio de las leyes de los grandes Budas”.


En los antiguos manuscritos se relata que Jesús pasó seis años en diversas ciudades santas y se asentó durante algún tiempo en Jagannath, un sagrado lugar de peregrinaje ubicado en Puri (Orissa). Su famoso templo, que ha existido de una u otra forma desde tiempos pretéritos, está dedicado a Jagannath, “Señor del Universo” – un título relacionado con la conciencia universal de Bhagavan Krishna-. El nombre por el cual se identifica a Jesús en los manuscritos tibetanos es Isa (“Señor”), traducido por Notovitch como Issa. Isa (Isha) o su ampliación, Ishvara, define a Dios como el Señor o Creador Supremo, que es, a la vez, inmanente y trascendente a su creación. Este es el verdadero carácter de la conciencia universal de Cristo y Krishna, Kutastha Chaitanya, encarnada en Jesús, en Krishna y en otras almas unidas a Dios que han alcanzado la unidad con la omnipresencia del Señor. Joganada tiene el convencimiento de que el título de Isa le fue dado a Jesús, al nacer, por los sabios de la India que acudieron a honrar su venida a la tierra. En el Nuevo Testamento, los discípulos de Jesús se refieren a él, por lo general, como “Señor”


El antiguo relato cuenta que Jesús se hizo docto en todos los Vedas y Shastras. Sin embargo, estaba en desacuerdo con algunos preceptos de la ortodoxia brahmínica. Denunció abiertamente sus prácticas sustentadoras de los prejuicios de casta, muchos de los rituales sacerdotales y el énfasis puesto en la adoración idolátrica de numerosos dioses en vez de la sola reverencia al único Espíritu Supremo, la esencia monoteísta pura del hinduismo que había quedado oscurecida por los conceptos ritualistas externos.


Para tomar distancia de estas disputas, Jesús abandonó Puri. Pasó los seis años siguientes con la secta budista Sakya, asentada en las regiones montañosas del Himalaya en Nepal y el Tíbet. Esta secta budista era monoteísta y se había escindido del hinduismo distorsionado que prevalecía durante la oscura edad de Kali Yuga.


Los manuscritos tibetanos relatan que, durante su estancia con los budistas, Jesús se dedicó al estudio de los libros sagrados y que podía disertar perfectamente acerca de ellos. Aparentemente, a la edad aproximada de veintiséis o veintiocho años, predicó su mensaje en el extranjero mientras encaminaba sus pasos de regreso a Israel a través de Persia y países vecinos; en este trayecto, halló fama entre las multitudes y animosidad de parte de los zoroástricos y otras clases sacerdotales.


Esto no significa que Jesús aprendiera de sus mentores y compañeros espirituales de la India y regiones circundantes todo cuanto luego enseñó. Los avatares vienen provistos de su propio caudal de sabiduría. Durante el período en que permaneció con los pándits hindúes, los monjes budistas y en especial, los grandes maestros de yoga (de quienes recibió iniciación en la ciencia esotérica de la unión con Dios a través de la meditación), la realización divina que Jesús ya poseía tan solo despertó y se amoldó a la singular misión que iba a desarrollar. A partir del conocimiento que había acumulado y de la sabiduría que brotaba de su alma cuando se hallaba en profunda meditación, concibió para las masas parábolas simples sobre los principios ideales mediante los que ha de gobernarse la vida humana ante Dios. En cambio, a aquellos discípulos que estaban preparados para recibirlo, les impartió el conocimiento acerca de los más insondables misterios, como lo demuestra el Libro del Apocalipsis de San Juan, que forma parte del Nuevo Testamento, cuya simbología concuerda de manera precisa con la ciencia yóguica de la comunión con Dios.


Jesús era oriental, tanto por nacimiento como por lazos de sangre y por la instrucción recibida. Disociar a un maestro espiritual de sus orígenes y entorno es empañar el entendimiento a través del cual se le debe percibir. Con independencia de lo que Jesús el Cristo era por sí mismo, en lo relativo a su propia alma, por el hecho de nacer y haber alcanzado la madurez en Oriente, él tuvo que utilizar la civilización oriental, sus costumbres, peculiaridades, lenguaje y parábolas como instrumento para divulgar su mensaje. Por lo tanto, con el fin de entender a Jesucristo y sus enseñanzas debemos estar receptivos y bien predispuestos hacia el punto de vista oriental, en especial, hacia la civilización antigua y moderna de la India, sus escrituras religiosas, tradiciones, filosofías, creencias espirituales y experiencias metafísicas intuitivas. Si bien las enseñanzas de Jesús, desde la perspectiva esotérica, son universales, están impregnadas de la esencia de la cultura oriental y se encuentran arraigadas en influencias orientales que se han adaptado al ambiente occidental.

El gran mensaje de Jesucristo está vivo y continúa floreciendo tanto en Oriente como en Occidente. Occidente se ha concentrado en perfeccionar las condiciones físicas del hombre, y Oriente, en desarrollar los potenciales espirituales de éste. Tanto Oriente como Occidente son unilaterales. Yoganadaji es partidario de una armoniosa unión entre ambos: los dos se necesitan mutuamente. Sin el idealismo espiritual, la practicidad material es la precursora del egoísmo, del pecado, de la rivalidad y de las guerras. Esta es una lección que Occidente debe aprender. Y a no ser que el idealismo se vea atemperado por la practicidad, habrá confusión y sufrimiento, así como también ausencia de progreso natural. Esta es la lección que Oriente debe aprender.


Jesús El Cristo constituye un excelente modelo que pueden seguir tanto Oriente como Occidente. La impronta divina que nos identifica como “hijos de Dios” se halla oculta dentro de cada alma. Jesús ratificó lo que dicen las escrituras: “dioses sois” (Juan 10:34.)

Desecha las máscaras! Revélate abiertamente como un hijo de Dios, no mediante vanas proclamas y oraciones aprendidas de memoria, ni por medio de los fuegos artificiales de eruditos sermones concebidos con el propósito de loar a Dios y reunir adeptos, sino a través de la realización! Identifícate no con el estrecho fanatismo disimulado bajo el disfraz de la sabiduría, sino con la Conciencia Crística. Identifícate con el Amor Universal, que se expresa al servir a los demás tanto material como espiritualmente. Entonces sabrás quién fue Jesucristo y podrás decir, desde el alma, que todos formamos parte de la misma familia, que todos somos hijos del Único Dios.


El presente trabajo fue extractado del Libro “La Segunda venida de Cristo – Volumen I” de Paramahamsa Yogananda

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